la tortura tiene siempre la misma cara.
No reconoce ni colores, ni banderas, ni fronteras.
No sabe nada de países o de sexos o de religiones.
Vaya donde vaya,
la tortura tiene siempre la misma cara.
Se vale de perversos artilugios,
obra bajo idénticos parámetros,
quiebra de igual modo espíritu y esperanza.
Vaya donde vaya,
la tortura tiene siempre la misma cara.
Y deja hileras incontables de cuerpos lastimados
con heridas que de tan abiertas, nunca podrán ser cerradas.
Y deja marcas indelebles que jamás serán borradas.
Esas llagas que supuran y supuran (un daño irreparable).
Vaya a donde vaya,
la tortura tiene puesta siempre la misma cara.
La que deja estas cicatrices insalvables
que ni con los mejores cirujanos del mundo
podrán alguna vez ser subsanadas.
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