26 de diciembre de 2015

Hablemos de los rostros de los que duermen,
y digan ustedes si no son los rostros más honestos
que jamás hayan visto.
La mejor versión de nosotros mismos,
la más sincera, la más calma, la más brutal.

Los rostros de los que duermen
no fingen muecas:
no perciben a nadie mirando.

Pero siempre hay entre las sombras de la noche
un par de ojos negros que miran.
Que miran y callan.

14 de diciembre de 2015

Ay, Maga.
Cómo hacerte saber
que nos suceden las mismas cosas.

Que aunque no lo alcanzo a divisar con precisión
También sé que hay algo que falta,
que hay algo que nos estamos perdiendo,
que hay algo que está siéndonos negado.

Porque no puede ser
que la vida sea solo esto:
un carretel de hilo que se acaba,
una línea -a veces no tan recta- con un “triste y solitario final”.

Y esto no intenta ser ningún consuelo de nada,
sino solo un gesto fraterno,
un ademán solidario,
un guiño inútil de camaradería.

Un hacerte saber
que yo he estado (y estoy a menudo)
en ese sitio borrascoso
en el que vos también caes cada tanto.

Y que te acompaño con sincero afecto
en esa soledad oscura y desdibujada.

9 de septiembre de 2015

Songs for making love

A mi amiga la Maga se le han puesto los ojos tristes esta tarde. Y no es para menos. Ha encontrado una fotografía de aquel esbelto pelilargo que desde un escenario en penumbras en el Square Madison Garden susurraba allá por 1973 “There's a lady who's sure / all that glitters is gold / And she's buying a stairway to heaven...” y le duele la idea de saber que ya está cercano a los setenta.

Intento sacarla de ahí lo más rápido que puedo y busco cualquier excusa que nos lleve a otro lugar. Porque cuando a la Maga se le ponen los ojos tristes el cielo entero pareciera oscurecerse de repente.
Entonces salimos a pasear por otras melodías, por otros compositores; me doy cuenta que ha salido de aquel lugar ensombrecido porque masculla algo sobre no encontrar un tema que quiere que yo escuche. De repente grita ¡lo encontré!, al tiempo que sale de su ensimismamiento y me pregunta si me gusta Janis Joplin.  Pienso entonces en cómo es que sucede que la cabeza de la gente, muchas veces, no se condice con el cuerpo o con determinadas edades y la dejo hablarme de Janis Joplin (ella, hablarme a mí de Janis Joplin) mientras disfruto de las ironías de la vida. 

Empieza a sonar “Cry baby” y un brillo divertido le atraviesa la mirada por primera vez en toda la tarde. Entiendo que ya no hay peligro: la Maga ha salido de ese lugar triste en el que la había dejado la imagen de un Robert Plant que ella ya no reconocía, para pararse en una ocurrente cornisa.

Entonces me pregunta si yo creo que algunas canciones fueron hechas para hacer el amor. ¿Será? Empiezo a ensayar una respuesta pero me doy cuenta que nunca lo había pensado. “Canciones para hacer el amor”, repito en voz baja para no interrumpir la melodiosa armonía que sube su volumen cuando llega al punto cúlmine, “Come on and cry, cry baby, cry baby, cry baby...”. 

Y me parece que es cierto, que tiene razón, que algunas canciones fueron hechas para hacer el amor. Lo empiezo a delinear en mi cabeza cuando me llega desde algún recoveco esa canción de Elvis Costello, tan magistralmente interpretada por una Fiona Apple algo empastada, pero con una voz que haría temblar al más guapo de todos los guapos con solo empezar (“Oh, my baby baby / I love you more than I can tell...”).

Le voy dando forma cuando la Maga la hace sonar y se queda un rato largo en silencio, escuchando; luego -a mitad ya de canción- pone pausa, me mira con su cara seria (cuando la Maga enseria su rostro, el mundo se vuelve grave y formal) y me dice que sí, que esa es definitivamente otra canción escrita para hacer el amor. 
Y la seriedad de la Maga es cosa seria. 

Termino de convencerme de esta ocurrencia de la Maga mientras miro por la ventana cómo se va yendo, más despacio que de costumbre, la tarde. Me río para adentro pensando que con ellas (con la tarde y con la Maga) hoy aprendí que hay canciones hechas para hacer el amor. 
Y eso, eso también es cosa seria.

7 de agosto de 2015

Tiempo


"No puede ser que uno
no se tome un tiempo a solas
con sus amigos", pensó.

Y colgó lucecitas de colores
en el patio,
para esperarla.

16 de julio de 2015

17 de junio de 2015

Old souls

“La Maga es un alma vieja”, dijeron la otra noche de mi amiga la Maga.
Y mientras yo la miraba disfrutar un café “sorocabana” con una paciencia infinita y el placer de un niño, me puse a pensar que debe ser cierto. Que ha de haber algo antiguo en el alma de la Maga. Que si no se la conoce (a ella, a la Maga), igual se le sospecha (a ella, a su alma).

Pero la Maga no repara en mi pensamiento. Está absorta, bamboleando sus grandes ojos marrones dentro de la taza.

Saca la mirada del café, me mira y me cuenta que se va a comprar un tocadiscos, y que no puede salir de su asombro porque no puede creer lo caros que están.

Ajá. Un tocadiscos. Pienso que me toma el pelo. Una chiquilla que vino a nacer cuando yo estaba empezando la secundaria. ¿Dónde habrá escuchado un disco de vinilo? ¿Qué le habrá llamado la atención del ruido a púa lastimando sin compasión canciones de otra época? ¿Qué puede creer que esconden esos armatostes, más que un sonido que ni se acerca a la calidad tecnológica de nuestro tiempo? (Qué manía con la belle époque, pienso mientras se me viene a la cabeza la imagen de la Remington que descansa sobre un baúl en mi estudio).

Después me habla de lo mucho que le gusta sentarse sola en el bar (no en cualquier bar sino en un bar en particular). Me explica cómo levanta la mano antes que el mozo se le acerque (así ¿ves?, dice) y de cómo, cada vez que pide un güisqui tiene que recalcar: sí, sí, un güisqui por favor.
La Maga se sienta sin reparar en los gestos desaprobatorios, de lástima o desconcertados de todas esas caras acostumbradas a no mirar. Me dan gracia, pobres. No saben que es ella, sentada a solas con su vaso de güisqui y a contramano del mundo, la que los escruta desde ese rinconcito donde cada tarde de por medio se agazapa, se esconde tras sus lentes, se tapa la cara hasta la nariz con un libro y ¡que pase el que sigue!

La Maga me dice que le gustan tanto, tanto pero tanto los libros en papel... Y también los tatuajes. De esa extraña combinación (nada sucede por simple azar en el universo de mi amiga la Maga) le vino la idea de tatuarse “Toco tu boca…” en el antebrazo; -y el que no lo entienda, que no lo entienda-, murmura sacudiendo la cabeza.

De pronto la Maga hace un largo silencio, como si hubiésemos llegado a la antesala de un momento definitivo. Luego me habla de su miedo a las palomas con la misma tenacidad con la que hablan los niños asustados de los monstruos que crecen debajo de sus camas. Pero no alcanzo a hacer ni un solo comentario que ya me está clavando sus ojos serios para preguntarme por qué se termina el amor.

Entonces pienso que sí. Que tienen razón: que mi amiga la Maga es un cuerpo joven abrazando un alma vieja. Una muchacha atada a un hilo ancestral que la une vaya a saber con qué cielos y con qué infiernos. Una joven mujer, atravesada por tempestades y desiertos de otros tiempos.

Lo confirmo cuando me confiesa sus noches insomnes y llenas de preguntas que no consiguen nunca respuestas.

O mientras la miro "hacer durar" su café sorocabana con la misma paciencia infinita con la que lo empezó.

O cuando espío sus grandes ojos marrones asentados en el vidrio de la cafetería que la protege de las desavenencias con la vida.

O mientras la disfruto observarlo todo aún con asombro.

Todavía con asombro.

16 de junio de 2015

La medida de mi tiempo

Me voy arrastrando por el día.
Paso entre las obligaciones como una babosa,
                                                                      resbalando.
Martes. Otoño.
Me siento a almorzar en el medio del patio
bajo una siesta poblada de soles.

Una hormiga negra desvía su recorrido
                                                           para caminarme un rato por los pies.

Y la medida de mi tiempo
es lo que durará este cielo azul sin nubes
antes de que empiece a desangrarse.

29 de mayo de 2015

La hora señalada

Me voy 
porque no sé cómo quedarme. 

Porque llegué tarde a esa encrucijada
en la que el amor y el desamor se dan la mano.

Porque me detuvo en seco esa bifurcación, 
ese cruce de caminos sin carteles. 

Esa intersección 
en la que está prohibido detenerse.

Me voy 
porque no puedo sostener a esa mujer que ves.

A la hora señalada me iré
(justo antes de que todo acabe).

A la hora señalada,
esquivaré la fatalidad inexorable del desamor.

27 de abril de 2015

Miedo

Se había muerto de miedo.
Ni de amor, ni de tristeza, ni de soledad.
Se había muerto de miedo.

Lo encontraron con el cuerpo contraído.
Un solo espasmo.
Morado. Tieso. Con el pánico pegado en la mirada.

Si se hubiese muerto de amor
quizás hubiese esbozado una última sonrisa
(o exclamado algo que sería propio de algún texto de Shakespeare).

Si se hubiese muerto de tristeza
podría verse el halo de sombras grises surcando su cuerpo
y seguramente alguna que otra marca en su alma.

Si se hubiese muerto de soledad
tendría la piel mustia, deshidratada, ajada,
y serían evidentes los signos de que nadie la tocaba hacía vaya a saber cuánto tiempo.

Pero no. La autopsia no revelaba nada de eso.
La autopsia se limitaba a mostrar rastros de esa emoción primaria, tan propia de los animales,
que le había corroído todo el cuerpo.

No había muerto ni de amor, ni de tristeza, ni de soledad.
El pobre infeliz se había muerto de miedo.
Y el miedo, se sabe, es el padre de todos los males.

23 de abril de 2015

Ausencia

Como cada vez que me acostumbro a tu ausencia, ya con el cuerpo dispuesto hacia adelante, con la vida dándome palmadas y guiñándome sus luces al costado del camino, como si fuera una pista de aterrizaje. Con la mirada libre de otras nubes, recomenzando a pasos torpes un andar cansado, reaprendiendo palabras que había enterrado, empantanándome en carreras inútiles, corriendo tras metas inservibles; el universo se empecina en recordarme que no te olvidé.
Siempre encuentra el artilugio, la manera, el mecanismo (una voz a lo lejos, un aroma en el aire, un gesto adusto que se parece tanto al tuyo) para hacerme saber que no te has ido del todo. Para decirme que no he ganado la batalla. Para mostrarme que aunque recomience una y otra vez, siempre serás esa especie de espectro que me sujeta fuerte, que me tira bien alto, que me capuja en pleno vuelo, que no me deja tocar el piso. Ese fantasma que juega conmigo a caprichosas acrobacias, como quien se divierte con un trompo desde lo alto, mientras se ríe y llora y se lamenta y patalea y se retuerce.
No. No es la ausencia la culpable, es ese universo, que con todas sus magias vanas, se empeña en restregarme en la cara, que siempre serás el que nunca se ha ido.

1 de abril de 2015

Soad Ham (in memoriam)

En un país chiquitito
y cada vez menos tolerante
una niña es descuartizada
y no hay ecos de ello en ninguna plaza.

En un país muerto de miedo
la sangre corre calle abajo
mientras piden sillas y útiles
calle arriba los estudiantes.

En un país escrito sin hache
no son noticia los niños asesinados
y no huelen más que a silencio
las tapas de todos los diarios.

En un país menudo y desvencijado
con capital de nombre Tegucigalpa
Soad Nicole Ham, de tan solo 13 años,
ha sido brutalmente asesinada.

31 de marzo de 2015

Verde inglés

Hubo una época en la que todo era verde inglés.

Los vasos Durax eran verde inglés. (Traían siempre un número de dos cifras en el fondo y con mi hermano jugábamos a quién sacaba -sumando ambos números-, la cifra más alta. Para el que perdía: capotón).

Los portones de la casa de verano eran verde inglés. (En uno de esos portones una vez me columpié tan fuerte que el portón se soltó y fui a dar de lleno contra el ripio del callejón. Nunca se lo conté a nadie. Nunca nadie se enteró).

Las celosías que cobijaban las ventanas de mi casa eran verde inglés. (Celosía es una palabra en desuso, como el verde inglés).

Los soldaditos de plástico eran verde inglés. (“¡Eh, pibe, te cambio estos dos con fusiles por dos de los cuerpo a tierra!”, se oía entre susurros apresurados, en la modorra de la siesta. Y era así nomás: o los cambiabas o los perdías a las bolitas).

Los zapatos de gamuza Alonso eran verde inglés (Mi abuela tenía un par que yo sistemáticamente le robaba. ¡Dejá de chancletearme los zapatos!, me decía. Ella calzaba 35 y yo pensaba que nunca iba a alcanzar ese tamaño de pie. Pero una tarde de otoño la pasé, los Alonso dejaron de quedarme y ella se fue).

Los bancos de la plaza Pringles y de la Plaza San Martín, o lo poco que quedaba siempre de ellos, eran verde inglés. Hasta los sapos -que en esa época abundaban- eran verde inglés. (Hace dos veranos ya que no encuentro sapos en El Volcán. Ni siquiera de color verde inglés).

El colador para los fideos, por fuera, era verde inglés. (Pavoneaba sus 381 huequitos de un lado a otro, esquivando con maestría el detergente pero con un talento nulo por retener el agua que le hacía pito catalán cañerías abajo. Ahora los coladores son de plástico, con rayas en lugar de huequitos o -con suerte- no más de 200 tristes agujeritos).

El logo de El Corte Inglés también era verde inglés.(La primera vez que escuché hablar de El Corte Inglés, fue en una canción de Sabina: “... a su estatua preferida, un anillo de pedida levantó en El Corte Inglés”. Pasaron muchos años y una tarde de nieve y silencio sepulcral en Barcelona, me encontré parada frente a una tienda de El Corte Inglés. Entré y compré una caja de curitas; y pastillas para no soñar, en honor a Joaquín).

Los espirales para ahuyentar a los mosquitos eran verde inglés.

Los faroles de la plaza Pringles y de la plaza San Martín también eran verde inglés. (Cuando los faroles de la plaza se prendían, una batiseñal surcaba el cielo señalando que el tiempo de juegos se había terminado; y que cada carancho a su rancho).

Hubo una época en la que todo era verde inglés. Ya no se ve mucho ese color por estos lares.

17 de marzo de 2015

Jana

¿Ves?
Hoy hubiese necesitado más tiempo.

Entre otras cosas para contarte que anoche soñé con Jana.
Que se veía espléndida, sólo como ella se podía ver.
(el maquillaje impecable, el pelo recién lavado, las uñas siempre del mismo color).

Pero ya ves,
las obligaciones (y el tiempo, que es tirano)
me dejaron a solas con mi sueño y esta sensación.

Si hubiese tenido más tiempo
te hubiese contado de ese abrazo largo que me dio
(y del cual yo me aproveché un poquito más de la cuenta).

Te hubiese contado que conoció a mi hijo
(y que se rió, como sólo las madres lo saben hacer).
Que aunque no me lo dijo,
se alegró por lo bajo al vernos juntas veinte años después.

Te hubiese contado que ese encuentro fue acá,
en la misma casa que te decidiste a armar
(y que por suerte está tan cerquita mío).

Si hubiese tenido más tiempo
le hubiese preguntado si se sentía orgullosa de mí.

Pero ya ves, el tiempo es tirano en los sueños también.

Hoy hubiese necesitado más tiempo.
¿Lo ves? 

3 de febrero de 2015

Olvido


L
o primero que desapareció fue su contorno.
Sin nada que los contuviera, le siguieron sus manos, sus ojos, su boca.
En un capricho aleatorio desaparecieron también sus gestos, sus ganas, sus razones (en ese exacto orden).
Cuando estuvo a punto de perecer, divisó al culpable: había sido ella. Ella era la autora. La última responsable: ella había olvidado hasta su risa.
- Ah, si no dejáramos de existir un poco cada vez que nos olvidan-, se lamentó.
Y de tantas veces que lo olvidaron, él finalmente acabó por desaparecer. Y quedó enterrado en el olvido, precisamente allí, donde se entierran las cosas que ya nadie recuerda.

26 de enero de 2015

Existencia

Me alejé tanto del radar
que finalmente desaparecí del mapa.

Por un momento hasta me pregunté
si en verdad alguna vez había existido.

Nadie se acordaba de mí
y sólo era un recuerdo en la memoria
del primer perro de mi infancia.

Hacia adelante la nada.
(Y todo).

Hacia atrás sólo vacío.
(Y el eco de unos pasos interrumpidos).

24 de enero de 2015

2 de enero de 2015

Ecos



D
ieron un portazo y dejaron a sus espaldas todos los ecos. Solo quedó la onda expansiva de aquellas cosas que acontecieron, rebotando entre las paredes del cuarto.
Chocando, reverberantes, las más atrevidas contra las más inservibles. Esquivando el sonido de los últimos jarrones hechos trizas contra algún placard. Retrocediendo un poco ante el ruido a roce que dejan en los sacos los últimos abrazos ya rotos.
Repitiendo el grito incesante de esa cosa deforme; tan vaga, tan imprecisa. Y tan final.
Mi foto
Córdoba, Córdoba, Argentina
Guillermina Delupi© nació en San Luis en 1975. Actualmente vive en Córdoba. En 2011 participó del Primer Certamen de Ensayos "Las Nuestras. Mujeres que hicieron historia en Córdoba" y su ensayo fue publicado en un libro que reunió los relatos ganadores. En diciembre de ese año La Central, revista cordobesa de cultura, publicó su relato: "El hacedor de pollitos de colores". El diario Los Andes (Mendoza) publicó en 2012 el cuento "Noticia de una muerte" y en diciembre de 2013 la revista Rumbos digital publicó su relato "Las mujeres de mi familia". En 2014, la editorial Dunken incluyó su poema "De una vez" en la compilación "Letras del Face 3" y seleccionó “El hacedor de pollitos de colores” para integrar el libro de cuentos “Viajá conmigo”. En junio de 2014 ganó el 3° premio en el certamen literario nacional Paco Urondo y en septiembre Marcel Maidana Ediciones editó su eBook: “Fantasmas de otros”. En junio de 2019, su primer recital de poesía recibió un beneplácito del Concejo Deliberante de Córdoba por su aporte a la cultura. Ah, su amiga Emma Gunst (emmagunst.blogspot.com.ar) publicó tres de sus poemas en el blog que reúne a mujeres poetas de todo el mundo y de todos los tiempos.