y sin pensarlo dos veces
entré de lleno en el juego.
No pregunté
de qué iban las reglas,
ni me detuve
cuando comprendí
que no había ninguna.
Cómo no imaginar
el acantilado,
el salto al vacío,
la caída libre,
mi cuerpo hecho añicos
en ese infierno de rocas y aves de rapiña.
Cómo no imaginar semejante final.
Ya no sé
cómo jugar este maldito juego.
Se me ha ido de las manos.
No puedo jugarlo así,
como vos querés.
Con tus tiempos,
con tus ritmos,
a medias tintas.
Pero la culpa
es enteramente mía:
No supe cómo copiar
tu cadencia, tu compás.
Cómo balancear los abrazos,
dosificar los besos,
frenar las palabras
que se me salían del cuerpo
cada vez que me mirabas.
No supe cómo jugar un juego
al que vos ya le habías puesto final.
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