cuáles eran tus heridas.
Allá las tuyas,
acá las mías.
Es cierto:
no fui capaz de interpretar
tu mirada.
Ahora lo sé.
Había que mirar tan profundo,
acercarse tanto a ese abismo
que es uno mismo,
que sólo atiné a quedarme
parada en la cornisa.
No tuve fuerzas para dejarme caer.
La razón fue simple
(no me juzgues):
esa noche no había llevado
paracaídas.
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