justo antes que la espina
terminara de esparcir
su torpe veneno por todo mi cuerpo.
Lo sentí correr por mis venas
a borbotones desesperados, calientes.
No pude emitir palabra,
ni ensayar ninguna mueca que no te disgustara.
Me quedé inmóvil, como anestesiada.
Mis músculos se paralizaron,
mis ojos no vieron nada.Hubiera querido gritarte en plena cara,
pedirte que no nos lastimaras,
Pero fue demasiado tarde:
todo en mí estaba acorazado.
Lo demás
ocurrió igual que en un acto de magia.
Te vi desaparecer,
como en un gran abracadabra.
Te vi hacerte cada vez más pequeñito,
sin siquiera poder pedirte que voltearas.
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