compró un paquete de cigarrillos,
dos chupetines
y un puñado de palabras.
Volvió a su casa caminando despacio,
la bolsa apretada en una de sus manos.
Desparramó los objetos sobre la mesa
y se metió a la boca una ración de palabras.
Masticó largo rato; los brazos caídos a los lados,
la mirada perdida en la nada.
Caminó hasta su escritorio
y se dejó caer frente a la vieja Olivetti.
Con los dedos apenas asentados sobre las teclas
abrió un poco la boca y emuló un par de arcadas.
En vez de palabras, golondrinas negras
se estrellaron contra el papel mustio y ajado.