A partir de allí
todo fue una sucesión
de desencuentros interminables.
El mar yacía sobre la mesita de luz
con olas que iban y venían silenciosas
ahogando libros y anotaciones.
Frases sueltas de poemas viejos
flotaron inútilmente
buscando rearmarse.
El agua acabó
por inundar la habitación entera
llevándoselo todo:
los años,
las caricias,
los silencios,
los lápices,
las flores
y unos manotazos desesperados
dibujados para nadie
en el medio del naufragio.
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