y el mundo acabó jugándonos a nosotros.
La certeza de la muerte
estaba en un futuro inalcanzable
y la vida
-como un hechizo inescrutable-
duraría para siempre.
Pero el espejo
se hizo trizas
y la razón nos encontró
haciendo malabares
con nuestras certidumbres más oscuras.
Nos apuramos
a sacar las penumbras al sol
para que el aire fresco las filtrara.
Y le vimos la luz a las heridas,
saboreamos el lado dulzón de la amargura,
encontramos paz en el desconsuelo.
Y aliviados, escupimos la saliva
que nos deglutía el cuerpo.
La vida dejó de vivirnos
y nos devolvió todas las cartas.
No las vimos, ya era tarde.
El mundo entero se dio vuelta
sólo para darnos la espalda.
Y ya no hubo manera de salvarnos.
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