de la última fotografía tuya
que me quedaba.
Pero no fue un acto
de belicosidad,
de bronca,
de enojo,
de ira,
de rabia,
de cólera.
Fue más bien
un gesto de ternura,
de amor,
de cariño.
Tal vez el último acto
de condescendencia
que me atreví a tener
en tu nombre.
Como quien acaricia
la cabeza de un niño
al que acaba de quitarle
su juguete más preciado
y le dice:
“ya pasará, cariño,
ya pasará”.
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