Los vasos Durax eran verde inglés. (Traían siempre un número de dos cifras en el fondo y con mi hermano jugábamos a quién sacaba -sumando ambos números-, la cifra más alta. Para el que perdía: capotón).
Los portones de la casa de verano eran verde inglés. (En uno de esos portones una vez me columpié tan fuerte que el portón se soltó y fui a dar de lleno contra el ripio del callejón. Nunca se lo conté a nadie. Nunca nadie se enteró).
Las celosías que cobijaban las ventanas de mi casa eran verde inglés. (Celosía es una palabra en desuso, como el verde inglés).
Los soldaditos de plástico eran verde inglés. (“¡Eh, pibe, te cambio estos dos con fusiles por dos de los cuerpo a tierra!”, se oía entre susurros apresurados, en la modorra de la siesta. Y era así nomás: o los cambiabas o los perdías a las bolitas).
Los zapatos de gamuza Alonso eran verde inglés (Mi abuela tenía un par que yo sistemáticamente le robaba. ¡Dejá de chancletearme los zapatos!, me decía. Ella calzaba 35 y yo pensaba que nunca iba a alcanzar ese tamaño de pie. Pero una tarde de otoño la pasé, los Alonso dejaron de quedarme y ella se fue).
Los bancos de la plaza Pringles y de la Plaza San Martín, o lo poco que quedaba siempre de ellos, eran verde inglés. Hasta los sapos -que en esa época abundaban- eran verde inglés. (Hace dos veranos ya que no encuentro sapos en El Volcán. Ni siquiera de color verde inglés).
El colador para los fideos, por fuera, era verde inglés. (Pavoneaba sus 381 huequitos de un lado a otro, esquivando con maestría el detergente pero con un talento nulo por retener el agua que le hacía pito catalán cañerías abajo. Ahora los coladores son de plástico, con rayas en lugar de huequitos o -con suerte- no más de 200 tristes agujeritos).
El logo de El Corte Inglés también era verde inglés.(La primera vez que escuché hablar de El Corte Inglés, fue en una canción de Sabina: “... a su estatua preferida, un anillo de pedida levantó en El Corte Inglés”. Pasaron muchos años y una tarde de nieve y silencio sepulcral en Barcelona, me encontré parada frente a una tienda de El Corte Inglés. Entré y compré una caja de curitas; y pastillas para no soñar, en honor a Joaquín).
Los espirales para ahuyentar a los mosquitos eran verde inglés.
Los faroles de la plaza Pringles y de la plaza San Martín también eran verde inglés. (Cuando los faroles de la plaza se prendían, una batiseñal surcaba el cielo señalando que el tiempo de juegos se había terminado; y que cada carancho a su rancho).
Hubo una época en la que todo era verde inglés. Ya no se ve mucho ese color por estos lares.
4 comentarios:
Me encanta el verde inglés, porque es verde y porque además es inglés. La puerta de mi casa es verde porque quería que fuese una puerta inglesa y porque después descubrí que H. Wells inauguró la tradición de las puertas verdes.
Este poema ha de ser uno de mis favoritos.
Muchas gracias, Silvia... ("La puerta en el muro", bello cuento).
Ah, que bueno esto del "verde inglés", me hace acordar de otros verdes, el "verde limón", el "verde agua", el "verde botella" (verde botea, diría un cordobés), que a su vez integra los tres colores de Córdoba, bueno, déjalo ahí.
¡Felicitaciones Guille!!
Jajaja. Sí, Fede, es verdad, ¿cómo era?
Amarío patito y negro... (dejémoslo ahí). ;) ¡Abrazo gigante para vos!
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