que la mano de un dios
arrojó con desprecio
sobre cerros empobrecidos
se enciman una tras otra
y crecen infinitas
entre escaleras deformes
que se elevan hacia la nada.
En las pendientes, los perros de la tristeza
duermen amarrados
por sus dueños
a algún poste o alambrado
como si les fuera posible
escapar de tanta miseria.