uno frente al otro,
como cuidándonos
la retaguardia.
No había mucho más que decir
porque ya habíamos usado
todas las palabras que nos sabíamos
y no nos dolía mirarnos.
Aún así
habíamos sido cómplices
durante tanto tiempo
que lo mínimo que nos merecíamos
en ese último encuentro
era algún gesto de cortesía.
Por eso nos sentamos enfrentados:
para poder cubrirnos las espaldas.