Me mira con sus ojos marrones muy abiertos y me pregunta -sin pestañar- qué es para mí el amor.
Me insta a que lo defina porque le urge saberlo. Me dice que mis palabras son como curitas y que le interesa mucho -así dice- mi opinión.
La Maga está ansiosa esta noche de luna tenue y nubarrones imprevistos. Ella quiere saber qué es el amor entre un hombre y una mujer.
Ensayo palabras en el aire. Le digo que no sé lo que es el amor. Que tiene tantas formas. Que varía tanto. Que depende. Que son matices.
Pero ella quiere definiciones; y las quiere ahora.
Entonces le miento, le prometo que voy a escribir algo que explique lo que es el amor.
Ella bosqueja una sonrisa y sus ojos marrones brillan un momento. Masculla no sé qué cosas sobre anclas y brújulas y me dice que necesita coraje para abrazar el miedo.
Después se va. Supongo que se va contenta. No ha logrado todo lo que vino a buscar, pero al menos se ha llevado una promesa.
Me recuesto en el sofá, miro el techo y respiro hondo. Tamaña empresa en la que me he metido. Cómo carajo le explico a la Maga lo que es el amor.
De todas las preguntas que podía hacerme, tenía que hacer justamente ésta.
Entonces pruebo definiciones, voy al diccionario, me sumerjo en Wikipedia, me atosigo de imágenes, pinturas, óleos y navego por la infinidad de portales que intentan darle forma al amor a través de poemas, corazones y cupidos. Me doy cuenta de lo que hago y me siento ridículo: sé que no habrá nada allí que conforme a la Maga.
Porque la Maga no quiere definiciones de diccionario. Ella quiere que yo le explique lo que es, verdaderamente, el amor. Y sé que no voy a poder engañarla. No podré conformarla con aquella célebre frase de Saint-Exupéry: “amar no es mirarse el uno al otro, sino mirar ambos en la misma dirección”. Tampoco podré contentarla con el tercer poema de amor de Roque Dalton: “a quienes te digan que nuestro amor / es extraordinario / porque ha nacido de circunstancias / extraordinarias / diles que precisamente luchamos / para que un amor como el nuestro / (amor entre compañeros de combate) / llegue a ser en El Salvador / el amor más común y corriente, / casi el único”.
Subo el cierre de mi campera hasta el cuello y salgo a la calle a buscar una respuesta para la Maga. Camino un largo rato buscando ideas que no tengo (de todas las preguntas que podías hacerme, Maga, viniste a elegir la más difícil, me sigo repitiendo por lo bajo).
Hace frío esta noche de lechuzas blancas y en las calles se multiplican los abrazos cálidos y las miradas cómplices.
Una chica hunde la nariz en el pecho de su amante. Más lejos un muchacho, sentado a horcajadas de su novia, la despeina y se ríen y juegan. En una esquina una pareja se besa apasionadamente, luego se pelea, se abraza, llora. ¿Está en esas pequeñas cosas el amor? ¿Son esos los actos que lo definen? ¿En esos gestos está encerrado?
Evoco palabras pasadas y me las llevo a la boca, ensayando posibles respuestas en voz baja. Pasión, irracionalidad, razón, metafísica dan vueltas por mi cabeza de manera desordenada e improlija.
Evoco palabras pasadas y me las llevo a la boca, ensayando posibles respuestas en voz baja. Pasión, irracionalidad, razón, metafísica dan vueltas por mi cabeza de manera desordenada e improlija.
Me acuerdo de algo que leí hace poco: “el círculo del amor no es más que vivir la adrenalina de conquistar; el placer de lograrlo; la tranquilidad de tenerlo; el dolor de perderlo; la bohemia de buscarlo y el frenesí de volver a elegirlo”. ¿Será?
Pienso en la cantidad de veces que yo mismo me he enamorado y me acuerdo de las palabras exactas de mi amigo Miguel, la vez que él ensayó su propia explicación de lo inexplicable: “el amor es un conjunto indefinido de sentimientos, de sensaciones, de ilusiones. Compartido o no, porque a veces es unilateral, pero igual de intenso. Y mientras más intenso, más evanescente. Pero ese es el amor de la pasión arrebatadora. Está también el otro, el de la cómoda molicie y la protectora armonía de la vida compartida con los desafíos de la vida cotidiana. Es el que dura, casi como una amistad profunda. ¿Si aún así sigue siendo amor? Me parece que sí. Y solo se valora en toda su dimensión cuando se pierde. Es menos intenso y más crónico, claro. No se comparan. Se sueña con el primero pero se vive con el segundo. Y eso, sólo cuando uno es afortunado”.
A medida que emprendo la vuelta a casa, esperando no llegar demasiado tarde con este manojo parchado de palabras inconclusas -inconclusas pero honestas, me digo para no desanimarme tanto-, me viene a la memoria un poema del colombiano Cobo Borda.
Y sonrío tristemente pensando en los grandes ojos marrones de la Maga y sus preguntas implacables. Menos mal que no me preguntó por qué el amor se acaba.
Pienso en la cantidad de veces que yo mismo me he enamorado y me acuerdo de las palabras exactas de mi amigo Miguel, la vez que él ensayó su propia explicación de lo inexplicable: “el amor es un conjunto indefinido de sentimientos, de sensaciones, de ilusiones. Compartido o no, porque a veces es unilateral, pero igual de intenso. Y mientras más intenso, más evanescente. Pero ese es el amor de la pasión arrebatadora. Está también el otro, el de la cómoda molicie y la protectora armonía de la vida compartida con los desafíos de la vida cotidiana. Es el que dura, casi como una amistad profunda. ¿Si aún así sigue siendo amor? Me parece que sí. Y solo se valora en toda su dimensión cuando se pierde. Es menos intenso y más crónico, claro. No se comparan. Se sueña con el primero pero se vive con el segundo. Y eso, sólo cuando uno es afortunado”.
A medida que emprendo la vuelta a casa, esperando no llegar demasiado tarde con este manojo parchado de palabras inconclusas -inconclusas pero honestas, me digo para no desanimarme tanto-, me viene a la memoria un poema del colombiano Cobo Borda.
Y sonrío tristemente pensando en los grandes ojos marrones de la Maga y sus preguntas implacables. Menos mal que no me preguntó por qué el amor se acaba.
Menos mal.
“Una tarde el amor se acaba
y tanta magia
se trueca en fastidiosa servidumbre
y las palabras únicas
son ruido
para llenar vacíos.
Asoma la bobería de todo ser
y ningún esfuerzo
logra encender de nuevo
ese sol
de la atracción sin límites.
Todo es incomodidad y fuga
para no herir, en vano,
y decretar por fin lo irremediable.
Lo sabido pero no aceptado.
Súbditos de vanas fantasías
vemos caer a tierra
la pintura fervorosa
que aplicamos sobre nadas
que ahora sí son nada.
Y lo peor de todo:
el alivio que experimentamos
al cancelar la dicha
y eludir la trampa
felices de iniciar el duelo
y decir adiós, con mucha calma”.
(Juan Gustavo Cobo Borda, Colombia, 1948).
“Una tarde el amor se acaba
y tanta magia
se trueca en fastidiosa servidumbre
y las palabras únicas
son ruido
para llenar vacíos.
Asoma la bobería de todo ser
y ningún esfuerzo
logra encender de nuevo
ese sol
de la atracción sin límites.
Todo es incomodidad y fuga
para no herir, en vano,
y decretar por fin lo irremediable.
Lo sabido pero no aceptado.
Súbditos de vanas fantasías
vemos caer a tierra
la pintura fervorosa
que aplicamos sobre nadas
que ahora sí son nada.
Y lo peor de todo:
el alivio que experimentamos
al cancelar la dicha
y eludir la trampa
felices de iniciar el duelo
y decir adiós, con mucha calma”.
(Juan Gustavo Cobo Borda, Colombia, 1948).