No te extraño.
No es a vos a quien extraño.
En todo caso extraño la perfecta conjunción que éramos
cuando estábamos juntos.
Y antes,
cuando empezamos a mirarnos
y nuestros ojos se reían tímidos.
Y nuestros cuerpos eran marionetas
dominadas por aquellas ganas
que nos empezaban en el pupo
y nos hacían cosquillas en las axilas.
No te extraño.
No es a vos a quien extraño.
En todo caso extraño el olor a verano que salía de tu piel.
Tu risa de medio lado, apenas dibujada.
Tus manos desnudándome los pies.
Tu boca bobalicona hablándome de cosas que yo apenas escuchaba.
No te extraño.
No es a vos a quien extraño.
En todo caso extraño a aquella chica
a la que le pintabas sonrisas por doquier.
El abrazo que le dabas,
el tiempo perdido sin hacer nada,
las películas sin espectadores,
la inocencia desnudada.
No te extraño.
No es a vos a quien extraño.
En todo caso extraño la perfecta conjunción que éramos
cuando estábamos juntos.
29 de julio de 2013
22 de julio de 2013
Las mujeres de mi familia
Todas las mujeres de mi familia están rematadamente locas.
Tienen poco sentido de la orientación y una capacidad casi nula por retener información innecesaria. No pueden señalar por dónde sale el sol cuando están entre cuatro paredes y se olvidan, sistemáticamente, el número del parking en el que estacionan su auto cuando salen de compras.
Todas las mujeres de mi familia están rematadamente locas. Tienen una manía extravagante por cambiar de nombres y firmar con seudónimos. Se obsesionan con dibujos (estrellas, lápices de colores, osos hormigueros) y los hacen en papeles, servilletas, paredes y pizarrones.
Cuando las mujeres de mi familia se enamoran, se vuelven inmortales e invisibles. Caminan por las calles a diez centímetros del suelo, con una sonrisa que les nace en la punta de una oreja y termina al otro lado, con mil hombrecitos sujetados por lianas, que les hacen cosquillas en la barbilla.
Cuando las mujeres de mi familia se enamoran, cantan y bailan en cualquier momento y en todo lugar, incluidas las colas de los supermercados y las salas de espera de los consultorios. Se les ilumina la piel y se ponen condenadamente lindas. Hacen bromas sin parar y pareciera que el mundo entero se detiene a mirarlas pasar.
Cuando las mujeres de mi familia se desenamoran, se oscurece el cielo y una bandada de pájaros atraviesa la ciudad buscando nuevos horizontes. La tierra se vuelve infértil y la muerte ronda, sigilosa, en cada esquina. Los días se tornan grises y la vida empieza a transcurrir en blanco y negro, como en una de esas antiguas películas que proyectaban cuando el cine aún era mudo.
Cuando las mujeres de mi familia se desenamoran, empapan las almohadas por las noches y se arrastran hasta la ducha por las mañanas. Corren las cortinas sin fuerzas y beben café hasta volver a quedarse dormidas. No suena más música por los rincones y se apagan las sonrisas de medio lado en cada espejo de la casa.
Las mujeres de mi familia tienen atributos innumerables: son bellas, inteligentes, desinteresadas, viscerales, amables, despistadas, etéreas, generosas, valientes.
Y todas -sin excepción- ponen el cuerpo y el alma cuando se enamoran. Todas, sin excepción, se mueren un poquito cuando se desenamoran.
Tienen poco sentido de la orientación y una capacidad casi nula por retener información innecesaria. No pueden señalar por dónde sale el sol cuando están entre cuatro paredes y se olvidan, sistemáticamente, el número del parking en el que estacionan su auto cuando salen de compras.
Todas las mujeres de mi familia están rematadamente locas. Tienen una manía extravagante por cambiar de nombres y firmar con seudónimos. Se obsesionan con dibujos (estrellas, lápices de colores, osos hormigueros) y los hacen en papeles, servilletas, paredes y pizarrones.
Cuando las mujeres de mi familia se enamoran, se vuelven inmortales e invisibles. Caminan por las calles a diez centímetros del suelo, con una sonrisa que les nace en la punta de una oreja y termina al otro lado, con mil hombrecitos sujetados por lianas, que les hacen cosquillas en la barbilla.
Cuando las mujeres de mi familia se enamoran, cantan y bailan en cualquier momento y en todo lugar, incluidas las colas de los supermercados y las salas de espera de los consultorios. Se les ilumina la piel y se ponen condenadamente lindas. Hacen bromas sin parar y pareciera que el mundo entero se detiene a mirarlas pasar.
Cuando las mujeres de mi familia se desenamoran, se oscurece el cielo y una bandada de pájaros atraviesa la ciudad buscando nuevos horizontes. La tierra se vuelve infértil y la muerte ronda, sigilosa, en cada esquina. Los días se tornan grises y la vida empieza a transcurrir en blanco y negro, como en una de esas antiguas películas que proyectaban cuando el cine aún era mudo.
Cuando las mujeres de mi familia se desenamoran, empapan las almohadas por las noches y se arrastran hasta la ducha por las mañanas. Corren las cortinas sin fuerzas y beben café hasta volver a quedarse dormidas. No suena más música por los rincones y se apagan las sonrisas de medio lado en cada espejo de la casa.
Las mujeres de mi familia tienen atributos innumerables: son bellas, inteligentes, desinteresadas, viscerales, amables, despistadas, etéreas, generosas, valientes.
Y todas -sin excepción- ponen el cuerpo y el alma cuando se enamoran. Todas, sin excepción, se mueren un poquito cuando se desenamoran.
Relato publicado el 3/12/13 en revista Rumbos Digital.
15 de julio de 2013
El día que supo a domingo
Nunca había podido encontrar un día de la semana que se asemejara a un domingo. Nunca. Hasta ayer.
Como a todos, nunca me habían gustado los domingos. Esa mezcla de melancolía, angustia y ansiedad que se va metiendo por los poros apenas uno se levanta y va haciendo metástasis en el cuerpo con el correr del día.
Supe entonces que debía prepararme, armarme de paciencia (no es fácil lidiar con dos domingos en una misma semana) y recibirlo como si desconociera sus intenciones.
Al principio los indicios no fueron muchos: el asfalto mojado, las gotas sobre el parabrisas del auto, el mal trompetista y su canción, amparados de la lluvia bajo un techo esquinado.
Luego aparecieron los flashes: enormes imágenes de colores difusos que venían a contramano del camino y se iban estirando, arrastrándose por las copas de los árboles, ganando sombra en medio de la oscuridad.
Las imágenes trajeron una sobremesa larga, estirada a fuerza del cariño de tantos años. Una tarde perdida, con la mirada puesta en el horizonte de unos cerros que reverenciaban un lago inmenso. Tu pierna derecha cruzando con decisión su par izquierda. Un abrazo apretado y largo que remplazó todas las palabras. El entierro de las armas secretas... tu enojo esa mañana.
Melancolía, angustia, ansiedad: ese raro equilibrio -ese punto tan exacto- que se asemejaba tanto a los domingos.
Después vinieron los carteles verdes indicando un aeropuerto cada vez más cerca. Lo que siguió: tickets, horarios, fechas, destinos, tu sobretodo azul hasta el cuello, las botas hasta las rodillas.
Hará calor mañana donde aterrices.
Como a todos, nunca me habían gustado los domingos. Esa mezcla de melancolía, angustia y ansiedad que se va metiendo por los poros apenas uno se levanta y va haciendo metástasis en el cuerpo con el correr del día.
Supe entonces que debía prepararme, armarme de paciencia (no es fácil lidiar con dos domingos en una misma semana) y recibirlo como si desconociera sus intenciones.
Al principio los indicios no fueron muchos: el asfalto mojado, las gotas sobre el parabrisas del auto, el mal trompetista y su canción, amparados de la lluvia bajo un techo esquinado.
Luego aparecieron los flashes: enormes imágenes de colores difusos que venían a contramano del camino y se iban estirando, arrastrándose por las copas de los árboles, ganando sombra en medio de la oscuridad.
Las imágenes trajeron una sobremesa larga, estirada a fuerza del cariño de tantos años. Una tarde perdida, con la mirada puesta en el horizonte de unos cerros que reverenciaban un lago inmenso. Tu pierna derecha cruzando con decisión su par izquierda. Un abrazo apretado y largo que remplazó todas las palabras. El entierro de las armas secretas... tu enojo esa mañana.
Melancolía, angustia, ansiedad: ese raro equilibrio -ese punto tan exacto- que se asemejaba tanto a los domingos.
Después vinieron los carteles verdes indicando un aeropuerto cada vez más cerca. Lo que siguió: tickets, horarios, fechas, destinos, tu sobretodo azul hasta el cuello, las botas hasta las rodillas.
Hará calor mañana donde aterrices.
14 de julio de 2013
Destiempo
Nos encontramos intempestivamente
como quien choca con otro
al doblar en una esquina.
Ensayamos juntos unos pasos
y ahí nomás
nos creímos bailarines profesionales.
Pero eran otros tiempos (el tuyo y el mío),
era otra la música (la tuya y la mía)
y no pudimos seguir el compás.
Nos miramos, nos tocamos,
nos penetramos, nos asfixiamos,
nos desolamos.
Cayó temprano la tarde ese día.
El hechizo se hizo añicos
y dejó una nube de polvo entre ambos.
Sacudimos nuestras ropas
y ya de espaldas el uno del otro,
seguimos cada uno nuestros caminos.
como quien choca con otro
al doblar en una esquina.
Ensayamos juntos unos pasos
y ahí nomás
nos creímos bailarines profesionales.
Pero eran otros tiempos (el tuyo y el mío),
era otra la música (la tuya y la mía)
y no pudimos seguir el compás.
Nos miramos, nos tocamos,
nos penetramos, nos asfixiamos,
nos desolamos.
Cayó temprano la tarde ese día.
El hechizo se hizo añicos
y dejó una nube de polvo entre ambos.
Sacudimos nuestras ropas
y ya de espaldas el uno del otro,
seguimos cada uno nuestros caminos.
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- Guillermina Delupi
- Córdoba, Córdoba, Argentina
- Guillermina Delupi© nació en San Luis en 1975. Actualmente vive en Córdoba. En 2011 participó del Primer Certamen de Ensayos "Las Nuestras. Mujeres que hicieron historia en Córdoba" y su ensayo fue publicado en un libro que reunió los relatos ganadores. En diciembre de ese año La Central, revista cordobesa de cultura, publicó su relato: "El hacedor de pollitos de colores". El diario Los Andes (Mendoza) publicó en 2012 el cuento "Noticia de una muerte" y en diciembre de 2013 la revista Rumbos digital publicó su relato "Las mujeres de mi familia". En 2014, la editorial Dunken incluyó su poema "De una vez" en la compilación "Letras del Face 3" y seleccionó “El hacedor de pollitos de colores” para integrar el libro de cuentos “Viajá conmigo”. En junio de 2014 ganó el 3° premio en el certamen literario nacional Paco Urondo y en septiembre Marcel Maidana Ediciones editó su eBook: “Fantasmas de otros”. En junio de 2019, su primer recital de poesía recibió un beneplácito del Concejo Deliberante de Córdoba por su aporte a la cultura. Ah, su amiga Emma Gunst (emmagunst.blogspot.com.ar) publicó tres de sus poemas en el blog que reúne a mujeres poetas de todo el mundo y de todos los tiempos.